Hay
momentos en la vida que una se replantea muchas cosas, reflexiona sobre lo
positivo y negativo de su existencia y para, como en una estación de enlaces,
perdida y sin saber que tren tomar, mira y remira los planos colgados en el
vestíbulo y anda como extraviada, porque desconoce dónde está su norte.
El
frío tiene que combatirse con calor, con sudores que regulen la temperatura de
un alma que sigue las voces de una cabeza que es presa de sus razones. Las
huellas dejadas sobre el manto blanco, no son suficiente motivo para volver a
pisar la nieve, y lo que se conoce, no puede volver a ser desconocido.
Y así se entremezclan
corazones solitarios y perdidos entre la multitud, los murmullos los acallan,
los enmudece el gentío, de tal modo que son imperceptibles y los ecos se
pierden entre pasadizos eternos, sintiendo la soledad de una forma muy latente.
Huyes
porque es la fe en la distancia la que puede decirte quién eres, porque dentro
sólo te sientes como una colección de láminas colgadas en la pared vista, de
perdido colorido de no mirarlas. Buscas, siguiendo la hilera de travesaños,
encajados en una vía de hierro, una estación dónde los hielos internos se
derritan con el calor que produce la caldera de un tren.
Renuevas
las añejas esperanzas una y otra vez, pensando que en esta nueva estación
encontrarás lo que en realidad puede llenar tu vida, te ilusionas, palpitas
ante la oportunidad y entregas, muchas veces no recibes ni una ínfima parte de
lo que das, porque cada corazón está preso en una cabeza de razones distintas.
Mientras sigues en esa estación de enlaces esperando a que pase el tren.
El
vaho sólo condensa la apatía que se recoge bajo los gruesos abrigos, en las
largas filas de silencio que miran a la taquillera falta de pasión por su
oficio. Mientras todo está quieto, nada se mueve, y esperas escuchar el silbato
del tren que te aleje de la soledad. Quieres creer, al igual que una luz indica
una ventana en una oscura noche, que unos ojos pueden decirte: ven en busca del
calor de hogar ahora, tengo tiempo para esperarte.
Miras
a tu alrededor pero no hay nadie que en realidad te espere, la desesperanza es
total, y bajas hacia el andén casi derrotado, te sientas y observas a la gente
pasar. Anuncian por megafonía que el próximo tren es sin parada, por favor no
se acerquen a las vías. Ya lo sabes, y no haces mucho caso. Pero ese tren al
salir del túnel sufre una avería y tiene que hacer una parada obligatoria por un
tiempo de momento, sin definir.
Esperas
quieto, a la luz de un mañana, en un andén que se convierte en un improvisado
taller, entre mecánicos que corren y viajeros que no viajan. Se consultan los
relojes cómo si en realidad fuese la prisa quien espera, e intuyes, que al otro
lado del tren, existen miradas que buscan una hora, que ya quedó atrás.
La
mecánica voz que sale del altavoz promete que la reparación se prolonga, y que
no habrá más circulación de trenes hasta nuevo aviso. Se acumulan manchas
marrones, grises y negras hasta los tobillos en la salida del andén. Sigo a la
gente que discute consigo misma, y miro, entre los desteñidos manteles del
local, un lugar para sentarme en el atiborrado restaurante. No cabía un
alfiler.
Me
aproximé a una mesa pequeña de la esquina en la que sólo había una chica
sentada leyendo un libro.
-
Hola. En medio de kilómetros de nieve virgen, resulta, que el único lugar donde
puedo sentarme es en esta silla. ¿Permite que me siente con usted?
-
Hola, sí, sí, claro; está bastante concurrido hoy. - Dijo ella apartando un
poco su silla y la mesa para que pudiera sentarme enfrente de ella
Sí,
es cierto. Está muy concurrido el local. Se escuchan los murmullos, que rebotan
y vuelven en forma de zumbido constante. Las voces se van alzando, pero detrás
del libro, hay una expresión, que me trae, no sé cómo, un vago aspecto del
hogar que voy buscando.
El silencio no tiene cabida en esta mesa.
-
Me llamo Pietro, Pietro Ghiaccio, soy arquitecto, pero sólo requerían de mis
servicios cuando necesitaban bloques insulsos de viviendas. Quise escapar,
buscar nuevos horizontes, donde imaginar tejados que no acabaran en una antena
de televisión mirando al norte. Por eso vine al norte, para saber porqué todas
las antenas miran hacia aquí.
-
Me resulta de una lógica aplastante el ir al norte para encontrar porque las
antenas miran hacia aquí, sólo hay frío e hielo, vamos tan abrigados con
bufandas y gorros que apenas se nos ve. Dígame, Mr. Hielo qué cree qué
encontrará cuando atravesemos las montañas?- Dijo ella, cerrando el libro y
mirándome directamente a los ojos.
“Cien
años de soledad”, reza en la portada. Espero que no sea una promesa, que sólo
busque un pasatiempo.
-
Cuando despliego un plano por primera vez, intento ir trazando las líneas, una
a una. Ir completando cada una de las estancias. Buscando un porqué a cada
rincón que se forma cuando dos líneas se juntan. Quiero que este viaje sea
igual, quiero que las habitaciones se vayan formando solas, sin más ayuda que
mi imaginación. Que el resultado final me sorprenda, o me desilusione. Pero
responderé a esa pregunta cuando crea que he encontrado un final.
-
Me parece muy bien que se reserve ese secreto para usted, más si lo desconoce.
Creo que he sido muy descortés al no presentarme. Mi nombre es Angela Flame,
soy bióloga y voy al norte a estudiar unos microorganismos. Mi meta está mucho
más clara que la suya.
-
Encantado, Srta. Flame.- Me hace retroceder, sólo con plantearme un objetivo.-
Es curioso que habiendo tantos lugares que tienen vida por explotar, elija
venir aquí, a buscar cosas insignificantemente pequeñas. ¿Su búsqueda se reduce
sólo a lo tangible?
-
Caballero, que el ojo humano no pueda verlo no quiere decir que no exista. Ni
que por minúsculas o invisibles, no sean interesantes. Alguien tiene que
hacerlo, y como ese es mi trabajo, me han mandado aquí, claro que podrían
enviar a alguien de mi departamento, pero como resulta que soy la única que no
tiene mayores responsabilidades, me ha tocado el premio. Claro que tenía todas
las papeletas.
-
Una hoja, es sólo un espacio para rellenar.- ¿Cómo le hago entender que me
importan un bledo lo que sea que busca? ¡Qué sólo me importa la hoguera que he
encontrado en sus ojos!- Soy el único capaz de ver que un espacio vacío, es un
hogar para vivir. No pretendía ofenderla con mi comentario, pero aquí, donde no
hay brújula que indique dirección, que la soledad se convierte claramente en un
viento que azota las orejas, la idea de buscar bajo agua cristalizada, se
convierte en inverosímil más allá del propio deber. Créame, encontrará, sólo
quería saber, si había definida una búsqueda.
-
No, no me ha ofendido, me ha hecho sonreír, y es cierto lo que dice, el hogar no
lo hace el fuego en la chimenea, si no el calor de las personas que viven en
él, como puede comprobar no es el único en el mundo que piensa así sobre la
soledad y el clima. Aunque aquí no sé si encontrará una casa confortable, con
tanto frío, o un montón de sabañones en las orejas. Probablemente lo segundo…
Sobre la búsqueda sí que está definida.
-
Sí, aunque uno tiende a pensar que está solo en el mundo cuando es
monocromático con columnas de humo difuminándose en la lejanía. Piensa, que
aquí, por muy alto que lo quieras gritar, todo se convierte en un secreto. No
hay nadie para escuchar el grito. Por eso me gustaría saber, si esa definición
puedo encontrarla en el movimiento de sus labios, o es algo que se guarda
celosamente, como las caricias de una pareja que ha caído en un amor prohibido.
-
Como en esta gran estación de enlaces llena de gente, pero en realidad nos
sentimos solos, pasamos unos a otros sin ni siquiera mirar. Sí gritara, seguro
que escucharían el grito, donde tengo serias dudas es que fueran a socorrerlo,
nos hemos vuelto tan egoístas, que todo lo que nos acontece es un secreto.
Espero haber solventado sus dudas.
Ahora,
tras kilómetros recorridos quiero creer que toda la importancia no puede estar
en unos seres minúsculos, que el día cuando se convierte en eterno, es porque
tiene muchas cosas que enseñar. Yo no soy un ser minúsculo.
-
Dígame, y a parte del azar, del boleto que le tocó sin comprarlo, qué piensa
que le pueden decir unos microorganismos, que sólo existen para que hayan más
microorganismos…
-
Por su tamaño no vaya a despreciarlos, es muy interesante porque su estudio
puede explicarnos la formación y degradación de la materia orgánica de la
tierra, entre otras cuestiones.
-
Pero puede explicar, porqué alguien tan hermosa, tiene que recorrer cientos de
kilómetros para ser escuchada, por alguien que sólo busca una hoja sin fin y en
un lugar que es habitable sólo porque es por aquí por donde pasa el tren.
-
Casi a los confines del mundo por culpa de la contaminación, a lo de hermosa le
quedo muy agradecida.
- Me dice que casi a los confines del
mundo…Pero ahora sólo le separa un último paso para llegar al fin del mundo. No
quisiera creer que está allí la búsqueda.
-
La búsqueda puede estar donde se proponga, el encuentro donde menos se pretende
encontrar, ¿No cree en la casualidad?
-
Fervientemente. Entre centenares de viajeros que viajan solos, agrupados en
mesas de dos y en mesas de cuatro, la única silla que quedó libre fue esta. No
me diga que no existe mejor casualidad que, dos solitarios tan separados,
decidiesen caminar hacia un mismo punto al mismo tiempo, hablando en ese justo
instante que una locomotora dijo hasta aquí.
-
Por eso le digo, es muy extraño el destino. No es la primera vez que paso por
esta estación y puedo asegurarle que jamás se había averiado el tren y, es
cierto que he compartido conversaciones con otros viajeros, pero ninguno tan
agradable y buen conversador como usted.
-
Si pudiese elegir un destino, sería, sin dudarlo, el que está sin escribir.
Aunque me gustaría que quedase algún apunte entre sus libretas de notas.
-
No creo que se sintiera cómodo entre tanto microorganismo... ¿No será mejor
escribirlo sobre un diario?
-
Es curioso, parece que usted se encuentra muy cómoda entre ellos. Quisiera
encontrar un poco de esa atención hacia mí, no sobre un diario que me hable de
ayer, sino entre mis hojas en blanco, entre sus libretas sin escribir, poder
visualizar que vendrá, que de microorganismos, de edificios, ya habrá quién se
ocupará.
Me
sonrió y en ese momento entendí con seguridad que llenaríamos juntos,
compartiendo algo más que amistad el resto de las hojas blancas que nos
quedaran de vida.
Años
después, cuando casi todas las hojas quedaron escritas por el amor que se
tenían, recordarían frente al calor del hogar aquella tarde remota, aquella
estación de enlace perdida en el norte, aquel atestado restaurante, donde
sentados frente a frente, el fuego derritió al hielo.
* Música - I'm your man - Leonard Cohen
Un texto atrevido en su afán por aportar nuevas formas de escritura y realmente trabajado. Felicidades.
ResponderEliminarMe ha encantado. Está lleno de metáforas.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios y nos alegra que os haya gustado.
ResponderEliminarUn abrazo