miércoles, 4 de junio de 2014

Estación de enlace




Hay momentos en la vida que una se replantea muchas cosas, reflexiona sobre lo positivo y negativo de su existencia y para, como en una estación de enlaces, perdida y sin saber que tren tomar, mira y remira los planos colgados en el vestíbulo y anda como extraviada, porque desconoce dónde está su norte.

El frío tiene que combatirse con calor, con sudores que regulen la temperatura de un alma que sigue las voces de una cabeza que es presa de sus razones. Las huellas dejadas sobre el manto blanco, no son suficiente motivo para volver a pisar la nieve, y lo que se conoce, no puede volver a ser desconocido.

 Y así se entremezclan corazones solitarios y perdidos entre la multitud, los murmullos los acallan, los enmudece el gentío, de tal modo que son imperceptibles y los ecos se pierden entre pasadizos eternos, sintiendo la soledad de una forma muy latente.

Huyes porque es la fe en la distancia la que puede decirte quién eres, porque dentro sólo te sientes como una colección de láminas colgadas en la pared vista, de perdido colorido de no mirarlas. Buscas, siguiendo la hilera de travesaños, encajados en una vía de hierro, una estación dónde los hielos internos se derritan con el calor que produce la caldera de un tren.

Renuevas las añejas esperanzas una y otra vez, pensando que en esta nueva estación encontrarás lo que en realidad puede llenar tu vida, te ilusionas, palpitas ante la oportunidad y entregas, muchas veces no recibes ni una ínfima parte de lo que das, porque cada corazón está preso en una cabeza de razones distintas. Mientras sigues en esa estación de enlaces esperando a que pase el tren.

El vaho sólo condensa la apatía que se recoge bajo los gruesos abrigos, en las largas filas de silencio que miran a la taquillera falta de pasión por su oficio. Mientras todo está quieto, nada se mueve, y esperas escuchar el silbato del tren que te aleje de la soledad. Quieres creer, al igual que una luz indica una ventana en una oscura noche, que unos ojos pueden decirte: ven en busca del calor de hogar ahora, tengo tiempo para esperarte.

Miras a tu alrededor pero no hay nadie que en realidad te espere, la desesperanza es total, y bajas hacia el andén casi derrotado, te sientas y observas a la gente pasar. Anuncian por megafonía que el próximo tren es sin parada, por favor no se acerquen a las vías. Ya lo sabes, y no haces mucho caso. Pero ese tren al salir del túnel sufre una avería y tiene que hacer una parada obligatoria por un tiempo de momento, sin definir.

Esperas quieto, a la luz de un mañana, en un andén que se convierte en un improvisado taller, entre mecánicos que corren y viajeros que no viajan. Se consultan los relojes cómo si en realidad fuese la prisa quien espera, e intuyes, que al otro lado del tren, existen miradas que buscan una hora, que ya quedó atrás.

La mecánica voz que sale del altavoz promete que la reparación se prolonga, y que no habrá más circulación de trenes hasta nuevo aviso. Se acumulan manchas marrones, grises y negras hasta los tobillos en la salida del andén. Sigo a la gente que discute consigo misma, y miro, entre los desteñidos manteles del local, un lugar para sentarme en el atiborrado restaurante. No cabía un alfiler.

Me aproximé a una mesa pequeña de la esquina en la que sólo había una chica sentada leyendo un libro.

- Hola. En medio de kilómetros de nieve virgen, resulta, que el único lugar donde puedo sentarme es en esta silla. ¿Permite que me siente con usted?

- Hola, sí, sí, claro; está bastante concurrido hoy. - Dijo ella apartando un poco su silla y la mesa para que pudiera sentarme enfrente de ella

Sí, es cierto. Está muy concurrido el local. Se escuchan los murmullos, que rebotan y vuelven en forma de zumbido constante. Las voces se van alzando, pero detrás del libro, hay una expresión, que me trae, no sé cómo, un vago aspecto del hogar que voy buscando.

El silencio no tiene cabida en esta mesa.

- Me llamo Pietro, Pietro Ghiaccio, soy arquitecto, pero sólo requerían de mis servicios cuando necesitaban bloques insulsos de viviendas. Quise escapar, buscar nuevos horizontes, donde imaginar tejados que no acabaran en una antena de televisión mirando al norte. Por eso vine al norte, para saber porqué todas las antenas miran hacia aquí.

- Me resulta de una lógica aplastante el ir al norte para encontrar porque las antenas miran hacia aquí, sólo hay frío e hielo, vamos tan abrigados con bufandas y gorros que apenas se nos ve. Dígame, Mr. Hielo qué cree qué encontrará cuando atravesemos las montañas?- Dijo ella, cerrando el libro y mirándome directamente a los ojos.

“Cien años de soledad”, reza en la portada. Espero que no sea una promesa, que sólo busque un pasatiempo.

- Cuando despliego un plano por primera vez, intento ir trazando las líneas, una a una. Ir completando cada una de las estancias. Buscando un porqué a cada rincón que se forma cuando dos líneas se juntan. Quiero que este viaje sea igual, quiero que las habitaciones se vayan formando solas, sin más ayuda que mi imaginación. Que el resultado final me sorprenda, o me desilusione. Pero responderé a esa pregunta cuando crea que he encontrado un final.

- Me parece muy bien que se reserve ese secreto para usted, más si lo desconoce. Creo que he sido muy descortés al no presentarme. Mi nombre es Angela Flame, soy bióloga y voy al norte a estudiar unos microorganismos. Mi meta está mucho más clara que la suya.

- Encantado, Srta. Flame.- Me hace retroceder, sólo con plantearme un objetivo.- Es curioso que habiendo tantos lugares que tienen vida por explotar, elija venir aquí, a buscar cosas insignificantemente pequeñas. ¿Su búsqueda se reduce sólo a lo tangible?

- Caballero, que el ojo humano no pueda verlo no quiere decir que no exista. Ni que por minúsculas o invisibles, no sean interesantes. Alguien tiene que hacerlo, y como ese es mi trabajo, me han mandado aquí, claro que podrían enviar a alguien de mi departamento, pero como resulta que soy la única que no tiene mayores responsabilidades, me ha tocado el premio. Claro que tenía todas las papeletas.

- Una hoja, es sólo un espacio para rellenar.- ¿Cómo le hago entender que me importan un bledo lo que sea que busca? ¡Qué sólo me importa la hoguera que he encontrado en sus ojos!- Soy el único capaz de ver que un espacio vacío, es un hogar para vivir. No pretendía ofenderla con mi comentario, pero aquí, donde no hay brújula que indique dirección, que la soledad se convierte claramente en un viento que azota las orejas, la idea de buscar bajo agua cristalizada, se convierte en inverosímil más allá del propio deber. Créame, encontrará, sólo quería saber, si había definida una búsqueda.

- No, no me ha ofendido, me ha hecho sonreír, y es cierto lo que dice, el hogar no lo hace el fuego en la chimenea, si no el calor de las personas que viven en él, como puede comprobar no es el único en el mundo que piensa así sobre la soledad y el clima. Aunque aquí no sé si encontrará una casa confortable, con tanto frío, o un montón de sabañones en las orejas. Probablemente lo segundo… Sobre la búsqueda sí que está definida.

- Sí, aunque uno tiende a pensar que está solo en el mundo cuando es monocromático con columnas de humo difuminándose en la lejanía. Piensa, que aquí, por muy alto que lo quieras gritar, todo se convierte en un secreto. No hay nadie para escuchar el grito. Por eso me gustaría saber, si esa definición puedo encontrarla en el movimiento de sus labios, o es algo que se guarda celosamente, como las caricias de una pareja que ha caído en un amor prohibido.

- Como en esta gran estación de enlaces llena de gente, pero en realidad nos sentimos solos, pasamos unos a otros sin ni siquiera mirar. Sí gritara, seguro que escucharían el grito, donde tengo serias dudas es que fueran a socorrerlo, nos hemos vuelto tan egoístas, que todo lo que nos acontece es un secreto. Espero haber solventado sus dudas.

Ahora, tras kilómetros recorridos quiero creer que toda la importancia no puede estar en unos seres minúsculos, que el día cuando se convierte en eterno, es porque tiene muchas cosas que enseñar. Yo no soy un ser minúsculo.

- Dígame, y a parte del azar, del boleto que le tocó sin comprarlo, qué piensa que le pueden decir unos microorganismos, que sólo existen para que hayan más microorganismos…

- Por su tamaño no vaya a despreciarlos, es muy interesante porque su estudio puede explicarnos la formación y degradación de la materia orgánica de la tierra, entre otras cuestiones.

- Pero puede explicar, porqué alguien tan hermosa, tiene que recorrer cientos de kilómetros para ser escuchada, por alguien que sólo busca una hoja sin fin y en un lugar que es habitable sólo porque es por aquí por donde pasa el tren.

- Casi a los confines del mundo por culpa de la contaminación, a lo de hermosa le quedo muy agradecida.

  - Me dice que casi a los confines del mundo…Pero ahora sólo le separa un último paso para llegar al fin del mundo. No quisiera creer que está allí la búsqueda.

- La búsqueda puede estar donde se proponga, el encuentro donde menos se pretende encontrar, ¿No cree en la casualidad?

- Fervientemente. Entre centenares de viajeros que viajan solos, agrupados en mesas de dos y en mesas de cuatro, la única silla que quedó libre fue esta. No me diga que no existe mejor casualidad que, dos solitarios tan separados, decidiesen caminar hacia un mismo punto al mismo tiempo, hablando en ese justo instante que una locomotora dijo hasta aquí.

- Por eso le digo, es muy extraño el destino. No es la primera vez que paso por esta estación y puedo asegurarle que jamás se había averiado el tren y, es cierto que he compartido conversaciones con otros viajeros, pero ninguno tan agradable y buen conversador como  usted.

- Si pudiese elegir un destino, sería, sin dudarlo, el que está sin escribir. Aunque me gustaría que quedase algún apunte entre sus libretas de notas.

- No creo que se sintiera cómodo entre tanto microorganismo... ¿No será mejor escribirlo sobre un diario?

- Es curioso, parece que usted se encuentra muy cómoda entre ellos. Quisiera encontrar un poco de esa atención hacia mí, no sobre un diario que me hable de ayer, sino entre mis hojas en blanco, entre sus libretas sin escribir, poder visualizar que vendrá, que de microorganismos, de edificios, ya habrá quién se ocupará.

Me sonrió y en ese momento entendí con seguridad que llenaríamos juntos, compartiendo algo más que amistad el resto de las hojas blancas que nos quedaran de vida.

Años después, cuando casi todas las hojas quedaron escritas por el amor que se tenían, recordarían frente al calor del hogar aquella tarde remota, aquella estación de enlace perdida en el norte, aquel atestado restaurante, donde sentados frente a frente, el fuego derritió al hielo.


Laura y Jaime


* Música - I'm your man - Leonard Cohen


3 comentarios:

  1. Un texto atrevido en su afán por aportar nuevas formas de escritura y realmente trabajado. Felicidades.

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  2. Me ha encantado. Está lleno de metáforas.

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  3. Muchas gracias por vuestros comentarios y nos alegra que os haya gustado.

    Un abrazo

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