martes, 24 de junio de 2014

La isla de las tormentas



En mitad de un mar recóndito se halla una isla de escarpados y altos acantilados, donde las furiosas olas golpean con bravura las rocas y las tormentas son frecuentes. Es una pequeña porción de tierra que ni siquiera consta en los mapas. A veces verde y a veces roja, a veces blanca y a veces negra, pero siempre es invariablemente la misma tierra.

En el punto más alto se halla una casa, a veces grande a veces pequeña, a veces parece nueva y a veces vieja, de amplios ventanales, a veces cristalinos y a veces con una película que forma la sal del mar; pero siempre se encuentra sentado en su porche desde donde otea el imprevisible horizonte.

Es un hombre robusto fundado en un jersey de cachemir unos días gris y otros naranja. Observa y piensa, piensa y reflexiona sumergido en su mundo e impregnado por su entorno. A veces exhala y a veces suspira, a veces sonríe y a veces emite un ligero sollozo, pero siempre se siente solo. 

Cuando remueve la cucharilla en el café es cuando toma contacto con la materia, con lo tangible de su vida y por un momento sale de sus pensamientos, pero dura poco, apenas unos breves minutos. Toma conciencia, todas las preguntas de su existencia se concretan y obtiene las anheladas respuestas, pero enseguida cae en el abismo de sus tormentas internas.

Tornados incomprensibles, violentos y convulsos lo rodean, le hacen girar hasta marearlo, pierde el aire, apenas puede respirar, se ahoga, da un paso, dos, tres… se enfrenta a la lluvia.

Deja que la finísima cortina de agua le moje la cara, se despeja aunque está calado, es como si despertase de nuevo en otra tierra siendo la misma tierra, en otro cuerpo siendo el mismo cuerpo, en otra persona siendo la misma persona. Es él, y no otro. Convierte el recuerdo en futuro, aunque sabe que no es real; entonces coge la escasa experiencia que puede en esos momentos de lucidez del pasado para transformarla en la experiencia para conseguir un mejor futuro.

Es cuando se gira y observa todo a su alrededor con mirada diferente, todo ha cambiado. La isla de las tormentas y la soledad que conlleva ya no existe; aunque fija la mirada al horizonte ya no puede divisar el mar, todo tiene el resplandor de las esmeraldas, vivas y relucientes. Es un gran prado con un sendero que lo llevará a un grupo de casas que hay más allá, las divisa, casi puede tocarlas. Camina ligero hacia ellas, el corazón palpita fuerte pero sigue apresurando el paso porque sabe que encontrará a otros que, no siendo conscientes de lo vivido, lo recibirán con los brazos abiertos y podrá emplear un mismo lenguaje.

Atrás dejó su isla, la isla de las tormentas, de escarpados y altos acantilados, de colores oscilantes y tierra yerma, aquella isla que habitó durante muchos años, aquel pedazo de tierra que no consta ni en los mapas.


Laura y Eduardo

4 comentarios:

  1. Bonito relato
    Transmite fuerza y esperanza

    Albert

    ResponderEliminar
  2. Nos alegra mucho que te haya gustado, Albert, y deseamos que esa fuerza y esa esperanza te sean muy contagiosas. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias Nora a nosotros nos encanta que te guste. Un abrazo

    ResponderEliminar