Algo llegado
de súbito desde lo más oculto de mi memoria, un qué sé yo, viscoso y glutinoso
me marchita, y oscurece el cielo en esta tarde de sol. Las lluvias torrenciales
y los vientos de los últimos días han arrasado algunos matices de ti con
arraigadas y profundas raíces de mí mismo; matices que me es imposible concretar
por su lejanía; lanzo mis plegarias encendidas, las simples oraciones sumidas
en locura de un hombre común; mientras la ventana, nuestra ventana, sigue como
siempre orientada al mar.
La nostalgia
de mi cielo y de mi tierra me encierra en un mutismo, dentro de mis silencios;
aunque me enseñaste que la tierra de uno no es donde se nace, si no donde te
dan de comer, no puedo evitarlo, sigo perdiéndome en las circunstancias, en la
distancia y cómo no, en el tiempo; pero la ventana, nuestra ventana, sigue como
siempre orientada al mar.
Es un dolor
amargo que desvaría, espirales abrumadoras me cubren casi por completo. La
estancia en penumbra y con infinita paciencia, espera que reaccione ante tu
lugar vacío, que me alce ante tu ausencia, que me diga y me desdiga, que abrace
tu cielo y bese arrodillado tu tierra en un impetuoso arrebato; pero es tal el
abatimiento y la impotencia que terminan por anularme casi hasta hacerme
desfallecer, con los ojos entreabiertos observo la ventana, esta ventana que
sigue como siempre orientada al mar.
Y sobre la
mesa una carta inacabada, un papel casi inmaculado, solitario, insolente y
desafiante me invita a ser escrito. Sólo una palabra mal garabateada en tinta
azul, con un nombre, con todo un significado, sólo aquel nombre, tu nombre,
único, perfecto, sólo… Maricel, parece que no lo dice todo, pero en cambio no
oculta nada.
Pienso que el
tiempo, la distancia y el viento barren todo el polvo que depositamos antaño
por los caminos, que va desdibujando sin ninguna fornitura los lazos en las
relaciones; efímeras existencias que llegan donde el destino les permite un
posible e indeterminado amarre.
Resbalan por
mis mejillas las lágrimas incontrolables. Entre sollozos
suspiro y miro con algún deje de esperanza por la ventana, nuestra ventana, esa
que sigue como siempre, burlona y abierta, orientada al mar… nuestro mar, mientras mis labios se mueven en
compás de locura alzando con rabia al cielo una plegaria de hombre, la sencilla
y humilde plegaria de un hombre común.
Laura Mir
*Música: El emigrante – Celtas cortos
Un relato muy pesimista, lírico, que al final nos deja esa posibilidad de esperanza ante la ventana abierta... al mar.
ResponderEliminarGracias Eduardo, es más nostálgico que pesimista, pero se agradece igual. Feliz día.
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