Alemania 1.944
Carmen, mientras observaba el dantesco espectáculo que
protagonizaba el feroz bombardeo de los aliados sobre Berlín, desde una colina
de Diedersdorf, se preguntaba si el búnker de la embajada donde trabajaba su
marido, resistiría una vez más al ataque. Muchas noches como esa, la
impaciencia la dominaba hasta el punto, de salir sin pensar corriendo calle
abajo a la espera de verle regresar, de abrazarle y de saberle vivo. Junto a
sus cuatro hijos y a su niñera Ruth, noche tras noche, esperaban y esperaban con las luces apagadas,
mientras se apretaba los puños con fuerza hasta que las uñas las hacia sangrar,
y deseaba, con rabia en su fuero interno, que aquella pesadilla terminara
pronto.
Desde que se endurecieron los ataques, José se veía obligado
a regresar a casa a altas horas de la noche, con los faros del coche pintados
de negro, para que la tenue luz que emitían, no le delatara en la oscuridad.
Todo había cambiado mucho desde que lo asignaran como agregado agrícola en la
embajada española de Berlín.
Se habían conocido años atrás, cuando ambos estudiaban en la
Universidad de Halle en Sajonia, su tierra natal. Se enamoraron de inmediato,
de tal modo que no le importó cambiar de nombre ni de religión. Ahora ya no se
llamaba Waltraud sino Carmen, ahora ya no era protestante sino católica, no
supuso para ella, que lo amaba tanto, mayor problema.
La política racial que imponía Hitler exigía a las parejas
que querían contraer matrimonio demostrar con documentos que su ascendencia
estaba libre de ser judía. La arianización comenzó desde el principio de su
mandato. Por lo que José para poder casarse, tuvo que pedir un certificado al
párroco de Baena donde constará que en la familia Ruíz Santaella no había gota
de sangre judía. Se dictaban cada día nuevas leyes de marginación antisemita
hasta que llegaron a ser más de mil, cómo detestaba al régimen.
Recuerda cuando le ofrecieron el puesto a su marido, las noticias
que llegaban no eran muy alentadoras, y preocupada por su familia alemana, lo
instó a aceptar.
Cruzar en tren media Europa con sus tres niñas pequeñas y
embarazada del cuarto, fue un viaje agotador. Tenía grabado en su memoria las
veces que durante el trayecto los oficiales les pidieron la documentación, no
imaginaba que las cosas estuvieran tan mal. Lo que más le impresionó fue ver
por primera vez aquel gran letrero en la estación, dónde avisaba de la
prohibición de entrada al recinto de los judíos. Ese mismo cartelón lo volvió a
ver en hoteles, en cafeterías y en otros muchos lugares, estaba por todos
sitios.
Le heló la sangre ver tanta estrella de David amarilla
cosida sobre los abrigos de forma visible y marginal, ella había estudiado y
convivido con ellos en los mismos centros y lugares, de igual a igual. Esta
situación no llegaba a España, y no, no estaba en absoluto de acuerdo con ello,
era inhumano el trato que sufrían los judíos, pero al igual que muchos alemanes,
tenía miedo, mucho miedo y el miedo los paralizaba.
Los alojaron en una casa señorial de Diedersdorf a su
llegada, fuera de la amenaza de los bombardeos.
La terrible maquinaria
de extermino estaba en marcha desde tiempo atrás. Auschwitz recibía miles de
deportados de toda Europa; eran hacinados en guetos, y las matanzas se sucedían
una tras otra en pueblos y ciudades del Este conforme avanzaba la campaña en
Rusia, pero de todo esto a Berlín sólo llegaban vagos rumores, que la mayoría
de alemanes se negaban a creer.
En este entorno tan
hostil, vivían José Ruíz Santaella, Carmen Schrader y sus cuatro hijos.
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Arthur Arndt, se consideraba un buen alemán, había luchado
en defensa de su país durante la Primera Guerra Mundial e incluso lo
condecoraron por ello; ejercía como médico en un barrio berlinés, donde era
respetado y muy conocido, pero en la Alemania hitleriana eso no importaba, era como
cualquier otro judío, tanto su vida como la de toda su familia corría peligro.
Por aquella época vivían en la ciudad unos treinta y tres
mil judíos, muchos de ellos trabajan en las fábricas bélicas. Su hijo Erich, un
joven impulsivo, trabajaba en una de ellas, y había oído rumores sobre como los
nazis los exterminaban. Convenció a toda la familia para borrar toda huella de
sí, de su vida anterior, y esconderse en espera de que la situación mejorase.
El año anterior se prohibió a los judíos salir de Alemania, habían
inquebrantables y numerosos controles, por lo que la única opción viable era
ocultarse.
Ayudados por amigos, vecinos y pacientes del doctor,
consiguieron sobrevivir ocultos durante dos años. Pudieron comprobar que no
todos los alemanes eran fervientes seguidores al régimen y que, a pesar del
terror y la amenaza de una muerte segura para quien los ayudase, habían buenas
personas que ponían en riesgo su vida sin importar nada más, sólo las personas.
Gertrude Neumann era judía y trabajaba como costurera en
casa de los Santaella, amparada por la familia. Cuando supo que Carmen
precisaba una niñera pensó en Ruth. Gertrude había sido paciente del doctor
Arndt, padre de Ruth, y sabía que toda la
familia se escondía. Decidió concertar un encuentro en el hall del
prestigioso hotel Adlon entre José y Ruth. La muchacha sabía que era muy
peligroso, por ser frecuentado por oficiales de las SS. Pero se decidió, vistió
su mejor atuendo y arrancándose la estrella amarilla de su abrigo se presentó a
la cita muy nerviosa. Lo reconoció de inmediato, era alto y moreno, un señor
distinguido.
La entrevista fue breve, y una semana más tarde entró en la
casa para cuidar de los niños con identidad falsa a igual que Gertrude y bajo
la complicidad de los Santaella. Había que tener mucho cuidado, dentro del
servicio había personal simpatizante a Hitler que podrían delatarlos.
En la casa al poco tiempo se precisaron los servicios de una
cocinera y contrataron a la madre de Ruth, así que la familia ya ocultaba a
tres mujeres judías en su casa; muertas de miedo tenían que fingir que no se
conocían, para que nadie sospechase de su parentesco. Las tres mujeres cobraban
su sueldo.
Conforme avanzaba la guerra, la vida en Berlín se volvía
cada vez más peligrosa, la suerte del Tercer
Reich estaba jugada, tenían que abandonar la embajada. José, era el
único diplomático con familia y corrían un gran riesgo. Carmen, intentó
convencer a su marido para sacar a Ruth de Alemania, aunque fuese escondida en
el maletero del coche entre los paquetes. Si la descubrían, no sólo acusarían a
los Santaella sino que podrían encontrar al resto de la familia Arndt, a los
otros judíos y alemanes que los escondían en Berlín. La familia Santaella muy a
su pesar, se trasladó a Suiza, perdiendo todo contacto con Ruth, su madre y la
señora Neumann.
Pero, desde la distancia, y mediante un funcionario de la
embajada en Berlín, el matrimonio seguía ocupándose de la suerte de las tres
mujeres y les hacían llegar paquetes con alimentos.
Cuando en abril de 1.945 los soldados soviéticos conquistaron
Berlín, descubrieron a la familia Arndt, un total de siete personas, se trataba
del mayor grupo de judíos alemanes que había logrado sobrevivir oculto en medio
de la Alemania nazi.
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Este matrimonio fue distinguido
en 1.988 por la institución Yad Vashem de Israel, como Justos entre las
Naciones.
Ruth al finalizar la
guerra huyó a los Estados Unidos con toda la familia, Carmen y ella se
reencontraron 60 años después y siguieron carteándose hasta el fallecimiento de
Carmen, el 27 de febrero de 2.012.
Laura Mir
Es admirable la bondad y valentía de tantas personas que ayudaron poniendo en peligro sus propias vidas.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un abrazo
Es suer fuerte. La gente está muy pirada. No existe guerra justtficable.
ResponderEliminarUna historia con mucha fuerza y muy trabajada. Es bueno que, de vez en cuando, historias como esta nos hagan volver la vista atrás. En busca de héroes anónimos, pero también recordando la bruta y necia culpabilidad del nazismo.
ResponderEliminarLos ecos del pasado aun suenan. No se debe dejar que se apaguen. No es opción taparse los oídos. Hay que gritar que existieron, hay que gritar que no permitiremos que vuelva a suceder.
ResponderEliminarGran trabajo.
Os quedo muy agradecida por los comentarios y observaciones, me son muy preciados. Un beso.
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