He despertado envuelta entre jirones
de sueños perturbadores, recordados por un instante. Al levantarme, los he
dejado enredados entre las sábanas para que no se me agarren con fuerza, para
no tener que tener la cotidianidad de luchar contra ellos. No quiero que me cambien
de lugar, ni me disfracen como en otros tiempos, de lo que no soy o de lo que
fui. Ahora tengo la certeza de que no existen días distintos, son todos exactamente
iguales.
Sé que un desayuno tranquilo ayuda a
despejarse, a disolver pesadillas entre cafeínas, y entre tantas trémulas que
no te llevan a ninguna parte y a todas;
has aparecido tú, raudo y fugaz. Has surcado mi memoria como una de
aquellas estrellas que observábamos abrazados, desde el balcón del cochambroso
apartamento de nuestra juventud, idealista e inconsciente. Has aparecido como
los ruidos de nuestras risas y nuestra hambre, qué poco importaba comer o no, vivir o malvivir, si existíamos juntos y
completos en el amor.
Pasión desbordante de tiempos que se
pintaban difíciles, pero no queríamos ver. Época en que sin tener nada nos
reíamos por todo y éramos felices con sólo mirarnos, mientras éramos simple
amor, y posaba para ti.
Entre lienzos, bocetos, pinceles,
oleos y trementinas todo nos parecía simplemente perfecto, tan locos, tan
ilusos, tan enamorados… que aún no me lo creo.
Han llovido mares, océanos y desiertos
desde que mi padre ordenó mi existencia, con el burdo pretexto de las
obligaciones para con la empresa familiar. Me arrancó de aquella vida,
alejándome de tu lado, alejándome de mi lado; y sigo sin entender porqué ahora
tengo que recordarte, quizás, quizás, demasiados quizás… muchos hombres
buscando tu reminiscencia que se desdibuja en el tiempo, los meses y los años
han ido borrando el perfil de tu rostro, el sabor de tu piel y el tacto de tu
pelo, y con cada uno de ellos puede que esperara llenar este inmenso vacío,
llenándolo de encuentros, de amores pasajeros, de falsas reproducciones de lo
que fue lo nuestro.
Siento que sólo soy una ignorante y
que fui muy cobarde, elegí la rigidez de la cordura a la flexibilidad, a la
libertad y a la locura del amor, cedí por unos números que me vienen muchas
veces grandes y donde no soy feliz.
Era la
presidenta de un bufete de abogados, situado en la parte alta de la bulliciosa
ciudad. Entre clientes, casos, denuncias y juicios, las obras sociales y actos
culturales atestaban su apretujada agenda. No tardó en entrar su secretaria,
siempre tan discreta como elegante, para informarle que a las siete era
requerida en la inauguración de una exposición pictórica, otra de tantas.
Salió del
coche que cortésmente le abría el chófer. La gran sala de suelos pulidos y
blancas paredes, estaba poco concurrida, los cuadros colgaban unos junto a
otros. Caminó hacia uno de los camareros, impecable, de negro, camisa blanca y
pajarita. Cogió una copa de cava y se puso a hablar con uno de los antiguos
socios de su padre. Su presencia allí, era meramente testimonial, y ella lo sabía.
Se colocó alejada de los focos, en un rincón, bajo una sombra que le cobijase
de conversaciones laborales. De los fríos números sólo aprendió que hay
momentos que suman, y otros tantos que restan.
Distraída, se
fijó en un cuadro. Toda la pared del fondo para exponer un solo lienzo, un
desperdicio. Se acercó. Se puso delante y sintió que estaba reflejada en él,
como ante un espejo pero empañado, un espejo que en lo más profundo guardaba
imágenes de años atrás:
Cuadro Nº 33 – Obra
Inacabada.
Leyó, mientras
una sombra iba cubriendo el cartel que lo identificaba.
- No puede
existir final, para un lienzo que no se acabó.- Escuchó a su espalda.
La voz le
sonaba familiar, se giró lentamente, mientras la copa resbalaba de sus manos y
se estrellaba contra el suelo, haciéndose añicos y salpicando con cava sus
diminutos pies enfundados en unas sandalias de diseño. Asombrada, intentó mover
los labios, hablar, gritar, pero su boca sólo era rigidez, sólo podía llorar,
las lágrimas surcaban su bonito rostro. Intentó correr, andar, pero sentía que
aquella carrera que antaño emprendiera ya había acabado.
Cuando se
serenó, quiso pronunciarse con voz y con sentido. Pero un dedo varonil se posó
en sus labios suavemente haciéndola callar, ya no hacían falta las palabras
porque un fuerte brazo la asía y la invitaba a salir de la sala. Sintió cómo
todos los sueños se recomponían, sintió cómo se escapaban
de entre las sábanas, raudos y veloces se dirigían chocando entre sí y
explotando en multitud de colores, llenando los espacios vacíos que habían
quedado sobre el lienzo inacabado años atrás, sobre el cuadro de la pared blanca
y desperdiciada del fondo, sobre la tela rotulada como la número 33.
Laura y Jaime
Qué bonito es pensar que esos amores que tanta fuerza pudieron tener años atrás se reencuentren con nosotros en un presente más tardío.
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