viernes, 30 de mayo de 2014

Un día de lo más normal



Otro año más y con él, una nueva temporada de carreras por delante, en la que visitar circuitos y reencontrarse con viejos amigos. Cogimos el coche y pusimos rumbo a Madrid.

Cómo no podía ser de otra forma, dejamos todo el papeleo y los planes de viaje para última hora y fue por ello que, sin quererlo, vivimos “un día de lo más normal”.

Ya en el circuito y habiendo dejado a los maridos con los pilotos decidimos salir a comernos el día. Lo primero sería quitarnos la fastidiosa tarea de recoger la licencia de Sergio en la RFEA (Real Federación Española de Automovilismo), por aquello de no hacer los deberes hasta el último día y, una vez resuelto, pasarlo en grande por la ciudad.

Beatriz se puso al volante de mi coche y emprendimos la marcha. Tras vueltas y más vueltas por el centro de Madrid en busca del edificio de la RFEA, nos dimos cuenta de que se lo había tragado Cibeles o algún que otro dios mitológico que se había propuesto amargarnos el día.

Ante tal desesperación y en un ataque brillante de racionalidad, saqué el plano de Madrid y comencé a darle instrucciones a mi piloto.

— A la izquierda, a la derecha.- ¡Horror, no giraba en la dirección que yo le indicaba si no en la contraria y cada vez estábamos más perdidas por los madriles! – ¿Pero Beatriz, por qué no me haces caso? - Le dije al fin, perpleja.
— Es que soy dislexicaaaaa- Contestó, fuera de sí.
— ¡Pues ya podías haberlo dicho antes, te habría indicado con señas y nos habríamos evitado esta visita turística por calles sin interés!

Paramos ante un semáforo, más que nada por aquello de que estaba en rojo. Cuando, de repente, nos encontramos a una gitana al lado del parabrisas que no dudó ni un segundo en embadurnarnos el cristal con espuma del más reluciente marrón tierra. Beatriz, con los nervios ya prácticamente hechos trenzas, le dio rauda y veloz al limpia en su posición más rápida al tiempo que el semáforo pasaba a verde, aceleró y me dijo:

 — ¡La gitana corre tras nosotras!
 — ¿Cómoooo? ¡Ni se te ocurra parar! -Exclamé aterrorizada, imaginando no sé cuantas cosas que podría hacernos si nos alcanzaba.

Beatriz comenzó a reírse, con esa risa tan divertida que siempre me contagiaba y, mientras tanto, yo blanca de miedo.

— ¿Se puede saber de qué te ríes?
   De, de, de. ¡Que llevamos el aparato de limpiar cristales de la gitana en el techo!
   ¿Eh?
   Sí, cuando le di al limpia tomó vida propia y se lo arrebató de la mano, saliendo
disparado y terminó en el techo del coche.

Yo no me había enterado de nada. Pensaba que corría furiosa por no haberle permitido limpiar el cristal y… ¡Resultaba que, la pobre mujer, sólo quería recuperar su herramienta de trabajo!

Entre risas y más risas conseguimos dar con el edificio y recoger la dichosa licencia.

El tráfico estaba imposible en la ciudad pero, al cabo de un rato, conseguimos llegar al aparcamiento donde solíamos dejar el coche en nuestras visitas. Al llegar a la entrada un policía nos da el alto y nos pide que abramos el maletero.

— No llevamos nada —Le dije, pensando en el problema que nos iba a ocasionar.
— ¡Que abran el maletero!— Repitió, como si diera órdenes a todo un escuadrón del ejército.
— Muy bien pero…que sepa que después no lo podremos cerrar.

Ante su mirada decidí que lo mejor sería obedecer y le dí instrucciones a Beatriz que dio al botón rojo de disparar. Después del gran crec del disparo, fruto de la presión ejercida sobre aquella cerradura rota, el capó quedó de par en par descubriendo nuestros secretos: moqueta gris oscura adornada con alguna que otra mancha, sin más peligro que los posibles microorganismos invisibles que pudieran existir.

— Ciérrelo – Me ordenó otra vez el policía, me confundía con uno de sus hombres. O…con algún tipo de terrorista decidido a autoinmolarse en un bonito coche que todavía estaba acabando de pagar con gran esfuerzo.

Parecía que para el policía era del todo lógico ese razonamiento.

Ante tal situación de principio de irritación justificada, decidí, claro que sin pensarlo, que ahora la orden la daba yo.

— ¡Ciérrelo usted, ya le avisé de que no se podía!

Sin decirme nada se puso a la tarea. Una, otra y otra, veinte veces más y nada. Menos mal, pues si el dichoso maletero se hubiese comportado bien, cosa que únicamente hacía ante las manos de Sergio, quizás habríamos pasado la tarde en comisaría. Con su orgullo herido nos hizo apartarnos a un lado para dar paso a la larga lista de coches que teníamos detrás. Llamó a un empleado del local quien no tuvo mejor suerte, ante ello decidió que aparcásemos a un lado y allí intentaría solucionar el problema. Después de varios intentos fallidos más, decidió ir a por una brida y, cogiendo el artilugio superior e inferior que formaban el cierre del vehículo, los unió y apretó la brida hasta que quedó lo más cerrado posible.

Respiramos aliviadas y nos fuimos a comer a “Casa Paco”. Ya tenía yo ganas de ir a este sitio, que en visitas anteriores no había podido visitar. Nos pusimos las botas. ¡Qué forma de comer! Pero…quizá fue debido a tanta tensión acumulada. Disfrutamos al máximo de la compañía mutua, hablamos por los codos sin tregua y llegó la hora del café. ¡Oh no, en este restaurante no servían café! ¿Cómo demonios seguir de palique sin el esperado y tan deseado café? La primera vez en mi vida que me encontraba en semejante situación. No cabía duda de que, ese día, todos los astros se habían confabulado en nuestra contra. Pedimos la cuenta y tras desembolsar una cantidad bastante elevada para un establecimiento que no servía mi bebida favorita, nos fuimos.

Encontramos una terracita que no estaba nada mal y tomamos el preciado cafecito, con cremita y calentito. ¡Qué rico!  Después del cigarrito nos levantamos y, a pasear para bajar la comida. Entramos en varias tiendas de objetos de recuerdos con la falsa excusa de alargar aquel agradable rato en el centro de la ciudad

Pagamos el aparcamiento y fuimos hasta el coche. ¡Otra vez la pesadilla! No era Chicote ni en la cocina, pero era digno de un reality show. La brida había cedido y el maletero estaba abierto como un palmo! Nos fuimos turnando las dos con los señores que habían formado corrillo. Tras observar a las dos damas en apuros, decidieron que sólo un macho machote conseguiría realizar la hazaña.

Finalmente desistimos, decidimos que era preferible llevar el maletero un palmo abierto a pasar el resto del día en un aparcamiento.

 Llegamos a la salida, Beatriz introduce el tíquet por la ranura y ¿Adivina? Ni hacia delante ni hacia detrás, el tiempo para salir había sido sobrepasado. Ahí estábamos, las dos pobres victimas de no se sabe qué confabulación directa contra nosotras, envueltas en el más absoluto bochorno. Y fue en ese preciso momento en el que la barrera se abrió, movimos nuestras miradas perplejas intentando averiguar de qué forma se había producido el milagro y, los cuatro ojos, recayeron sobre nuestro salvador, el chico de la brida. Con un guiño nos hizo señas de pasar y con tono gracioso exclamó:

— ¡Por fin sois libres! 

No lo pensamos dos veces, le dirigimos sendas sonrisas, Beatriz puso la directa y cogimos la de Villadiego. Estábamos hasta las narices de tanta aventura. Al llegar al exterior, de nuevo, al inframundo de los atascos.

—No pasa nada, tampoco tenemos ninguna prisa.- Comentamos.

Y allí, entre tanto coche esperando conseguir avanzar aunque fuera un centímetro, veo acercarse a un señor hacia mi ventanilla. ¿Ahora qué querrá este? Al tiempo me giré hacia Beatriz para ignorarlo, pero él, insiste, dio la vuelta y tocó con los nudillos la ventanilla. Mi amiga ante el desconcierto, no abre. Es entonces cuando él saca de un bolsillo interior de su chaqueta una cartera, dejando al descubierto, en el breve espacio de tiempo que transcurre desde que la coge hasta la empotra en el cristal, su bonita placa de Policía Nacional. Beatriz le abre, él se presenta, al parecer es de la secreta. Nos mira a esa cara que se te queda cuando estás pensando: ¿Y, ahora qué he hecho?...y tras una inquietante pausa, simplemente dice:

—Desde mi coche he observado que llevan el maletero abierto.

 ¡Uff! Le decimos que se nos ha estropeado y le damos las gracias. Cuatro coches más allá, un grupo de personas nos llaman para decirnos lo mismo. Al fin, conseguimos salir del dichoso atasco y entrar en la autopista, claxon por aquí, claxon por allá, con la dichosa frase. ¡Lleváis el maletero abierto!

Llegamos a la barrera del circuito y los vigilantes como no podía ser de otro modo, exclaman ¡Lleváis el maletero abierto!

— ¡Ya lo sabemos!- Contestamos las dos a la vez con un tono de irritación que deja al hombre desconcertado. Miramos hacia atrás y…estaba abierto pero no un palmo ¡Estaba abierto de par en par!

Los chicos ya habían terminado los entrenos y los padres estaban con ellos haciendo planes para ir a cenar.

 — ¿Qué tal vuestra escapada? - Preguntaron con interés.

Cruzamos nuestra cómplice mirada, esa mirada que solíamos tener en aquella época y contestamos.

—Pues muy bien, nada especial, un día de los más normal.

Hoy en día, seguimos sin planificar las cosas, las dos entendemos que, la mayoría de las veces, con tanto planificar te pierdes esos pequeños y divertidos momentos que te ofrece la vida.

           
       
Nora Biel

3 comentarios:

  1. Bienvenida Nora.

    Un relato muy divertido, lo he disfrutado mucho, gracias por compartirlo.

    Un abrazo

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  2. Jaja me recuerda a Telma y Lois. Genial.

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  3. De lo más normal, normal... no es ¡Pero divertido, un rato! Bienvenida.

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