En uno de esos momentos de abstracción en los que no piensas
en nada concreto por desvarío, pero te recorre un torbellino descontrolado de
ideas por la cabeza, nada concreto, bastante inconexo, pero está ahí, zumbando
fuerte. Me he dado cuenta del alicatado de mi baño, baldosas rectangulares de
color malva, muy femeninas y en disposición trece por trece, colocadas irregularmente, por pocos
milímetros pero los suficientes como para notarlo. El paleta debió colocarlas
por la tarde, después de unas cervezas, el carajillo y la copa de coñac,
decorada toda esa tasa alcohólica con palabras soeces, como si lo viera,
imposible colocarlas rectas.
Horizontal, vertical, la pared de enfrente, en total ciento
sesenta y nueve; y en el centro una pareja de flamencos, rosas pero sin
faralaes; delgados, gráciles y esbeltos, me miran de lado, estoy en el centro
de su ángulo critico de visión y ellos, descarados y aburridos, en mi punto
álgido de reflexión.
Se sostienen sobre una pata para regular su temperatura
corporal, me doy cuenta de que siento frío, estoy mojada, esta toalla de rizo
americano no seca, y tirito sentada sobre la tapa del inodoro, me castañean los
dientes, mientras con ironía pienso, con
este hielo interno cómo es posible que puedan derretirse los cascos polares.
Positivo, negativo y la incomprensión de los opuestos, si pudiera extenderlo.
En un instante vuelvo a la guerra fría que sostenemos, a la
insolente observación entre los flamencos machos, su chulería y yo.
Burlonamente la palabra flamenco viene de la expresión
gitana “campesino errante”… levanto junto con la ceja la comisura derecha del labio a modo de interrogación o
perplejidad, no lo sé porque no me veo, increíble el sentido del humor de la
antigua propietaria, o es una víctima nativa de la tribu del Sufrimiento
Perpetuo, o vaticina muy fino.
Suena el teléfono, es Miriam de Gerona, quiere saber cómo
estoy y en que laguna oscura me encuentro.
- Delante de la
dieciocho, con un lobo de fauces terribles, un perro rabioso a punto de devorarse y un cangrejo
siniestro medio sumergido, pero dispuesto a atacar en cualquier momento,
observándolo todo.
- No es ninguna novedad. – Me dice mientras me voy
vistiendo.
- No, claro que no. Lo nuevo reside en que ya no soy la
misma de antes, he perdido la fe en el género humano y una porción importante
de inocencia. Sin espejismos, sin lucidez, sin esperanzas… ver la verdad sin
disfraces que la camuflen, duele. Lo acepto porque no tengo más remedio, pero
me siento mal, y maldigo desde lo más profundo de mí ser al malvado que hace
daño a conciencia.
- Para, para, para… ¿Tan segura estás que es consciente de
lo que te ha hecho? ¿Cuál es su proceso? ¿En qué punto está?.
Como no lo estoy en absoluto, noto que me ahogo y tampoco
quiero responder, cambio de tema, táctica que a veces sale bien.
- Los flamencos para intimar alisan sus plumas y extienden
las alas, son bruscos en el arte del cortejo y forman con su plumaje un efecto
flash en negro… - (Como el que acabo de
hacerle a la pobre Miriam).
Segundos de silencio, lo ha notado, me conoce bien; y dice:
- Te recojo el viernes después de comer, nos dará tiempo de
tomar un café antes de entrar. Lourdes
no viene con nosotras, llegará más tarde.
- De acuerdo, te espero en los aparcamientos del Flamingo,
como siempre.- Me doy cuenta de la sincronía.
Mientras cuelgo el auricular, me observo en el espejo de
cuerpo entero del baño, me estoy sosteniendo sobre la pierna izquierda, a igual
que los flamencos, para regular mi temperatura, este frío que siento es
producto de un siglo de búsqueda, de
ignorancia y de soledad.
Me acerco a las ciento sesenta y nueve baldosas malva, a los
flamencos y a sus extraños picos, los observo por unos instantes, si pudiera
migrar como vosotros, si pudiera volver con la estación cálida… parece que me
guiñan el único ojo visible con pavoneo, porque saben que la estación cálida a
la que me refiero no llegará hasta dentro de milenios, cuando estén todos
muertos y con ellos todos sus secretos.
Bajo el único escalón, apago la luz, cierro la puerta y las
sátiras bisagras oxidadas, como las de las grandes y abolengas criptas, para no
ser menos, chirrían con estruendo… una
vez más.
Laura Mir
* Música: Impossible - James Arthur
* Música: Impossible - James Arthur
Un texto muy duro pero muy cierto sobre la dureza de la existencia humana. Has sido muy valiente al escribirlo, se nota que emana desde las entrañas. Felicidades.
ResponderEliminarImpresionante observación de lo mucho que nos rodea. De lo seguro que estamos de lo externo y la inseguridad de lo interno.
ResponderEliminarFelicidades.
Muchas gracias por vuestros comentarios, me alegra que os haya gustado, aunque confieso que salió de un día en la que estaba muy, pero que muy enfadada, jeje.
ResponderEliminarBesos a los dos.