Hay días en los que maldices haberte levantado, días en lo
que todo resulta lioso e incluso embarazoso, todo se complica y parece que vas
dando pasos del revés. Tanto que te sale un cuerno horroroso y vistoso desde
Júpiter en el pelo, pierdes uno de tus maravillosos zapatos en el metro, y casi
llorando en la cafetería el individuo gordo de al lado, no te ha visto y te ha
dado un empujón sin querer, te ha bañado tu inmaculada camisa blanco nuclear de
café negro intenso de Colombia.
Coges una servilleta de papel con la mala fortuna de que con
el temblor de las manos se te cae al suelo. Te agachas, la recoges y al
levantarte, te das un cabezazo con el compañero de la mesa de al lado, del que
ni te habías fijado. Este chico también se había agachado a recoger el estuche
de joyería con el anillo de pedida que enseñaba ilusionado a su amigo, y le
había caído con el mismo nivel de torpeza que imperaba ese día.
- ¡Dios,
qué coscorrón!
- ¿Te has
hecho daño? Lo siento, no te había visto -le dijo él desde sus profundos y
grandes ojos marrones.
- Ahora
resulta que soy invisible, mejor porque voy hecha unos zorros.
- No será
para tanto -dijo él con una mueca expresiva de todo lo contrario y mirando esa
cara toda churreteada de máscara de pestañas, la muchacha había llorado, y
mucho.
- ¿Intentas
justificar tu torpeza con galantería burda?
- Pues sí,
no tengo otra. Llevo una mañana redonda, redonda.
- Me duele
la cabeza del golpe que me has dado, mi mañana no es mejor que la tuya… mejor
lo dejamos aquí.
Y sin decir más, se levantó con toda la dignidad que le fue
posible recoger en ese momento y anduvo hacia la salida a la pata coja a falta
del zapato.
Dos meses más tarde,
un domingo al mediodía en una pastelería del mismo barrio, se volvieron
a encontrar. Y los dos al unísono y después de más de veinte minutos de cola,
pidieron a diferentes dependientas la única coca de LLavaneres que quedaba en
toda el establecimiento. María y Marta cruzaron sus manos sobre la misma
bandeja, se miraron e intentaron salvar la situación entre ambos clientes,
proponiendo otros dulces con sus mejores sonrisas.
- ¿Otra
vez tú? -Marcos se giró y le preguntó a Silvia.
- ¿Otra
vez tú? – Cuestionó ella al mismo tiempo.
- Parece
que estamos condenados por un destino cruel a encontrarnos en los momentos más
inoportunos y con los motivos más oportunos.
Ella, sabiéndose descortés en el anterior encuentro, muy
amablemente se decidió por un tortel de nata y le dejó la coca; puestos a
celebrar con dulces, daba igual el objeto porque el destinatario era diabético.
Y diciendo:
- Por esta
vez pasa, pero la próxima me toca a mí.
- No creo
que haya una próxima vez, saldríamos de las estadísticas. De todos modos, te lo
agradezco y deseo que disfrutes de tu tortel. Feliz domingo.
Y, cogiendo su coca bien envuelta, salió del local
dedicándole una de sus mejores sonrisas. Por esta vez había ganado, estaban en
tablas hasta la siguiente que deseaba que no sucediera nunca.
Marcos llevaba unos meses deprimido. Susana, su prometida,
valorando todas las posibilidades había decidido que su gran amigo era mejor
partido que él. Y allí lo dejó remendando sus heridas. Siempre la había visto
un poco egoísta, pero nunca pensó que ambos pudieran hacerle algo así. Llevaba
meses alicaído y era el momento de cerrar ese capítulo doloroso de su vida; y
decidió tomarse unas vacaciones por el norte. Algo rural le vendría bien.
Silvia, aprovechando unos días de vacaciones pendientes aún
de estío, decidió tomarlos y desconectar en plena naturaleza. Mirando escapadas
para la montaña, odia la playa, aprovechó una oferta de internet, un todo
incluido a los Picos de Europa.
El día señalado para la llegada aparcó su diminuto y
cochambroso coche de incontables manos sobre la una del mediodía en el
aparcamiento del hotelito rural La Carambola. Estaba lleno, no cabía un
alfiler.
Subió su pesado equipaje hasta recepción, no entendía cómo
pesaba tanto si sólo iba al campo.
La atendió una mujer de mediana edad, muy amable que, con
sonrisa agradable, le extendió la llave de la habitación número 205 de la segunda
planta, deseándole una feliz estancia.
Marcos no confiaba mucho en las ofertas chollo ofrecidas por
la red, pero ante el precio de la estancia recibido por email de la web
chollobarato.com, no pudo resistirse y sin demasiadas cavilaciones, sacó su
tarjeta oro y, dando hasta el número indescifrable de la parte de atrás, compró
el paquete vacacional.
Después de viajar unas cuantas horas con tranquilidad, llegó
a su destino y aparcó donde meramente pudo. Eran cerca de las tres de la tarde
y traía hambre de lobo: las últimas tres
horas no había parado ni para tomar un café, estaba realmente cansado.
Pasó por recepción, lo atendió un chico joven hijo de la
propietaria y le dio la llave de la habitación, advirtiéndole de que en la
oferta adquirida era habitación compartida. Marcos intentó, aun pagando el
suplemento, adquirir una individual. El
inexperto muchacho le dijo que era imposible, estaban al completo, eran las
fiestas de la patrona del pueblo, la Santa Virgen de los Rocambolescos Reencuentros y no cabía un suspiro. Se deshizo en excusas, pero no hubo manera
de hacer cambio alguno.
Marcos, resignado, cogió la llave de su habitación y su
equipaje dirigiéndose a la segunda planta del hotel.
Al
entrar en la habitación se fijó en las maletas del que sería su compañero de habitación. Por sus tonos rosas y
blancos, dedujo que era chica. Sin darle más vueltas, bajó al comedor y degustó
el plato del día: unas buenas lentejas, guisadas con todo el acompañamiento
posible, morcilla, chorizo, oreja y tocino. Después de repetir del maravilloso
guiso volvió a su habitación. Con la comida, vino y digestivo final, tenía un
sueño delicioso y, tirándose en la cama, se dispuso a hacer la siesta, o seguir
durmiendo ya que últimamente iba con el horario cambiado y esa mañana no había
podido descansar las horas necesarias.
A media tarde, Silvia vuelve de su
primera excursión de reconocimiento por la zona. Ha disfrutado de paisajes
idílicos, verdes prados, aire puro y se siente despejada. Abre la puerta de su
habitación, y madre mía, qué olor. La cama vecina está ocupada por un individuo
que duerme con ropa de calle, apesta a pies y algo más. El tipo habrá comido
gloria pero no me veas. Silvia sale de la habitación sin encender la luz y baja
al bar del hotel para hacer un poco de tiempo.
Marcos
se despierta descansado pero con la cabeza embotada, efecto común de una larga
siesta. Quiere cenar tranquilo y salir un rato, así que decide darse una ducha.
El lavabo está bien reformado, hay champú y gel preparado, y se mete en el agua
rápidamente. Se relaja durante un buen rato. Antes de cerrar el grifo, mira que
no le quede jabón, y ve que está medio empalmado. Eso es buena señal. Cierra el
agua y se pone a secarse. Entre el roce de la toalla, la canción del hilo
musical, bueno que está caliente.
Silvia
entra en la habitación, el compañero no está, y con el té que se acaba de
tomar, uff… a la taza corriendo. Empuja rápido la puerta y se baja sus shorts.
Cuando mira al lavabo ve al compañero pájaro en mano. Dios que situación, ella
con los shorts a media pantorrilla, y el chico todo duro. Rápidamente se sube
los pantalones y sale corriendo.
Qué vergüenza y qué fantástico a la vez, su compañero , es
joven apuesto, con un cuerpazo y una buena herramienta. El fin de semana
promete, necesita tomar una copa. Y baja al bar del hotel. Se pidió un
Manhattan e intentó relajarse. Cómo iba a comportarse con su compañero de
habitación durante el resto de la semana, sin poderse quitar esa imagen de la
cabeza.
Marcos se vistió y se dirigió al bar, intuyendo que la
encontraría allí, y en efecto estaba en una mesa del fondo, como queriéndose
esconder. Se aproximó a ella y le dijo:
- Mi
nombre es Marcos y en vista de las circunstancias en las que nos encontramos, y
temiendo que esto es una conspiración malvada del destino, ¿no sería mejor
llevarlo bien?
Ella se quedó pensativa, como valorando todas las
posibilidades.
- Me
llamo, bueno, mejor me llaman, aún no ando tan loca, Silvia.
- Un
placer conocerte oficialmente – le dijo Marcos sonriendo y extendiendo su mano
para ser estrechada.
La chica le estrechó la mano y él sonrío a su vez, ambos sabían
con ese contacto que era un nuevo principio, un nuevo encuentro y una nueva
oportunidad. Y que era inútil luchar contra el destino.
Laura, Eduardo y Joan.
Me ha gustado mucho. Y no dedicaré ni un segundo a calcular las probabilidades de que algo así suceda de verdad, me vasta con que vosotros lo hayáis creado con vuestro arte para escribir.
ResponderEliminarFelicidades para todos.
Es divertidlsima. Me ha encantado.
ResponderEliminarAgrademos vuestros comentarios y nos alegra de que la hayáis disfrutado. Un abrazo.
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