jueves, 29 de mayo de 2014

El latas / El llaunes



Corrían los años treinta, no puedo fijarlo exactamente. Tendrás que disculparme, mi memoria no da para más y cuando se ha vivido tanto, el tiempo pasado y los recuerdos se entremezclan de tal modo que temo no ser  fiel a la verdad. Es como una maraña de cabos retorcidos, que perplejo los miras y no sabes de cual estirar.

 Entre puestos de flores, prostitutas y trileros, sobrevivía un personaje muy singular al final de las Ramblas, ahora no me sale el nombre, puede que fuera Manuel o Joaquín. Yo por aquel entonces era un chaval y mis amigos y yo le rodeábamos para mofarnos de él. Enfadado, nos echaba de allí: despotricando decía que le espantábamos a la clientela. Entremedio de su griterío y entre nuestras risas, echábamos a correr. Nuestra gracia infantil la he comprendido años después, cuando la vida me ha enseñado toda su crudeza. Esas pocas monedas que le dejaban los transeúntes le ayudaban a vivir ese día.

Siempre andaba con su guitarra cantando versos de elaboración propia. Muchas veces eran palabras obscenas, poemas vulgares de un poeta de lengua libre y escasas pertenencias. Otras tantas, con soltura y desvergüenza, recitaba al son de su instrumento, lo que el pueblo pensaba pero que bajo la dictadura tan severa que nos gobernaba nadie se atrevía a decir. Más de una vez se lo llevaron al cuartelillo; los de la montada con sable al ristre le rompían la guitarra, lo tenían retenido unas horas y, como multarlo era absurdo, bastante magullado lo soltaban. A los pocos días, lo volvíamos a ver recuperado en sus puestos de siempre.

Era muy pintoresco, vestía de militar, pero dudo que lo fuera. En el barrio chino había una tienda que vendía excedentes del ejército de todo tipo, y cuando digo de todo, es de todo, menos tanques. Imagínate que no los vendían porque no cabían en el establecimiento, si no también, Decían los dependientes que el género era de segunda mano, pero puedo asegurarte que era nuevo, o al menos de muy poco uso. Imagino que allí compró su disfraz.

Puede que tuviera unos sesenta años, a mi me parecía muy mayor por aquel entonces. Ahora en comparación con los que tengo, sería bastante joven.

Vestido como un mandamás del ejército, y siguiendo en su papel de chanza, sobre la pechera de la casaca colgadas llevaba medallas. Pero no creas que eran condecoraciones de honor, no. Eran medallitas religiosas, ya sabes, la Virgen de los Desamparados, San Cristóbal, San Martín de Porres, nuestra Moreneta… casi todo el santoral exhibido en poco trozo, Era bastante escuálido. Le apodamos “El Latas”. Qué tiempos.

Muchas mañanas me levanto recitando sus poemas, pero sólo es un momento, luego vuelven a esconderse en algún lugar de los recuerdos olvidados y soy incapaz de volverlos a recitar. Lo siento chica, esta cabeza, por mucho que lo intente, no da para más.

* No importa, está perfecto y aunque no me dé tiempo anotar todos esos versos matutinos que afloran de tus labios, de todos modos, te estoy muy agradecida.*


Al campo me fui a cagar
Y cagué una torre de mierda
A eso se llama cagar
Y no hago como estos cagones de mierda
Que dicen que van a cagar
Y se ponen a cagar
Y no cagan una mierda



Albert y Laura

3 comentarios:

  1. Un sano y reflexivo ejercicio de memoria y un relato entrañable sobre esos pícaros desheredados. Felicidades.

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  2. Tanto Albert como yo agradecemos mucho vuestros comentarios y nos alegramos de que os haya gustado, con esa intención se hace o al menos se intenta. Un besito a ambos.

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