Corrían los años treinta, no puedo fijarlo exactamente. Tendrás
que disculparme, mi memoria no da para más y cuando se ha vivido tanto, el
tiempo pasado y los recuerdos se entremezclan de tal modo que temo no ser fiel a la verdad. Es como una maraña de cabos
retorcidos, que perplejo los miras y no sabes de cual estirar.
Entre puestos de
flores, prostitutas y trileros, sobrevivía un personaje muy singular al final
de las Ramblas, ahora no me sale el nombre, puede que fuera Manuel o Joaquín. Yo
por aquel entonces era un chaval y mis amigos y yo le rodeábamos para mofarnos
de él. Enfadado, nos echaba de allí: despotricando decía que le espantábamos a
la clientela. Entremedio de su griterío y entre nuestras risas, echábamos a
correr. Nuestra gracia infantil la he comprendido años después, cuando la vida
me ha enseñado toda su crudeza. Esas pocas monedas que le dejaban los
transeúntes le ayudaban a vivir ese día.
Siempre andaba con su guitarra cantando versos de
elaboración propia. Muchas veces eran palabras obscenas, poemas vulgares de un
poeta de lengua libre y escasas pertenencias. Otras tantas, con soltura y
desvergüenza, recitaba al son de su instrumento, lo que el pueblo pensaba pero
que bajo la dictadura tan severa que nos gobernaba nadie se atrevía a decir.
Más de una vez se lo llevaron al cuartelillo; los de la montada con sable al
ristre le rompían la guitarra, lo tenían retenido unas horas y, como multarlo
era absurdo, bastante magullado lo soltaban. A los pocos días, lo volvíamos a
ver recuperado en sus puestos de siempre.
Era muy pintoresco, vestía de militar, pero dudo que lo
fuera. En el barrio chino había una tienda que vendía excedentes del ejército
de todo tipo, y cuando digo de todo, es de todo, menos tanques. Imagínate que
no los vendían porque no cabían en el establecimiento, si no también, Decían
los dependientes que el género era de segunda mano, pero puedo asegurarte que
era nuevo, o al menos de muy poco uso. Imagino que allí compró su disfraz.
Puede que tuviera unos sesenta años, a mi me parecía muy
mayor por aquel entonces. Ahora en comparación con los que tengo, sería
bastante joven.
Vestido como un mandamás del ejército, y siguiendo en su
papel de chanza, sobre la pechera de la casaca colgadas llevaba medallas. Pero
no creas que eran condecoraciones de honor, no. Eran medallitas religiosas, ya
sabes, la Virgen de los Desamparados, San Cristóbal, San Martín de Porres,
nuestra Moreneta… casi todo el santoral exhibido en poco trozo, Era bastante
escuálido. Le apodamos “El Latas”. Qué tiempos.
Muchas mañanas me levanto recitando sus poemas, pero sólo es
un momento, luego vuelven a esconderse en algún lugar de los recuerdos
olvidados y soy incapaz de volverlos a recitar. Lo siento chica, esta cabeza,
por mucho que lo intente, no da para más.
* No importa, está perfecto y aunque no me dé tiempo anotar
todos esos versos matutinos que afloran de tus labios, de todos modos, te estoy
muy agradecida.*
Al campo me fui a cagar
Y cagué una torre de mierda
A eso se llama cagar
Y no hago como estos cagones de mierda
Que dicen que van a cagar
Y se ponen a cagar
Y no cagan una mierda
Albert y Laura
Un sano y reflexivo ejercicio de memoria y un relato entrañable sobre esos pícaros desheredados. Felicidades.
ResponderEliminarMe ha encantado.
ResponderEliminarBesos
Tanto Albert como yo agradecemos mucho vuestros comentarios y nos alegramos de que os haya gustado, con esa intención se hace o al menos se intenta. Un besito a ambos.
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