Cada
noche sin poner demasiados reparos al clima, asciende hasta la superficie,
emulando a la famosa estatua, se sienta sobre una roca reposando su plateada
cola bajo las luces del puerto; absorta, contempla esa belleza que irradia la
ciudad durmiente, y como cada noche le asaltan sentimientos encontrados
mientras observa y se lamenta en silencio por haber nacido en el mar y no en la
tierra.
Sus
escamas titilantes destellan por las influencias de las luces y las oscuridades, proyectando
su sombra sobre la negrura del mar. Mira desafiante al mundo que duerme sin
reparar en ella, en su descaro, en su rabia y en su sufrimiento.
Si
tuviera piernas, ojalá, correría hacia esa humanidad que se desmorona, y les
haría ver con su voz dónde habitan los límites de su degeneración; y les
recordaría que una vez hubo una unidad vital, trascendental y primera como
especie.
Correría
detrás de los rayos del sol para formar, con las lágrimas de los niños más
desfavorecidos, preciosos arcoíris que surcarían los cielos. Únicamente para verlos
sonreír.
Convencería
a los que mandan que, antes de los intereses inventados, están las personas;
desarmaría a todos los ejércitos, el hermano jamás mata al hermano y uniría los
hombros de los hombres con los hombres.
Llevaría
alimentos a todos los rincones del planeta y erradicaría por siempre el hambre
crónica existente por simple avaricia. Si todos los hombres son iguales, si
nadie es más que nadie, por qué unos pocos se hacen ricos a costa del
sufrimiento de muchos.
Cantaría
a todos los oídos los cantos del amor, de las manos juntas, de la fuerza que
une corazón con corazón, evitando la soledad, atrayendo tolerancia y alejando a
la mala estrella.
¡Bendita
inocencia!
Amanece,
mientras sus lágrimas saladas van llenando el mar. Resignada y con el corazón a
jirones, salta con gracia de nuevo sumergiéndose hacia las profundidades.
Esperanzada en que el viento hará su trabajo, deja suspendido sobre él su canto
para que lo lleve por todo el planeta y lo entregue a los oídos sellados de los
hombres:
Tenéis
piernas para andar por el mundo
pero
en tontos os lleváis la palma,
no
os dais cuenta de que es muy fecundo.
Nunca
podréis conseguir la calma:
tenéis
luces que iluminan la noche,
no
tenéis las que iluminan el alma.
Laura
y Albert
Magnífica carta de intenciones, apoyada por un vivo relato.
ResponderEliminarFelicitaciones a ambos.
Sí, ante la impotencia el derecho al pataleo. Me alegra que te guste.
ResponderEliminarSaludos