miércoles, 7 de mayo de 2014

Llanto de sirena



Cada noche sin poner demasiados reparos al clima, asciende hasta la superficie, emulando a la famosa estatua, se sienta sobre una roca reposando su plateada cola bajo las luces del puerto; absorta, contempla esa belleza que irradia la ciudad durmiente, y como cada noche le asaltan sentimientos encontrados mientras observa y se lamenta en silencio por haber nacido en el mar y no en la tierra.

Sus escamas titilantes destellan por las influencias  de las luces y las oscuridades, proyectando su sombra sobre la negrura del mar. Mira desafiante al mundo que duerme sin reparar en ella, en su descaro, en su rabia y en su sufrimiento.

Si tuviera piernas, ojalá, correría hacia esa humanidad que se desmorona, y les haría ver con su voz dónde habitan los límites de su degeneración; y les recordaría que una vez hubo una unidad vital, trascendental y primera como especie.

Correría detrás de los rayos del sol para formar, con las lágrimas de los niños más desfavorecidos, preciosos arcoíris que surcarían los cielos. Únicamente para verlos sonreír.

Convencería a los que mandan que, antes de los intereses inventados, están las personas; desarmaría a todos los ejércitos, el hermano jamás mata al hermano y uniría los hombros de los hombres con los hombres.

Llevaría alimentos a todos los rincones del planeta y erradicaría por siempre el hambre crónica existente por simple avaricia. Si todos los hombres son iguales, si nadie es más que nadie, por qué unos pocos se hacen ricos a costa del sufrimiento de muchos.

Cantaría a todos los oídos los cantos del amor, de las manos juntas, de la fuerza que une corazón con corazón, evitando la soledad, atrayendo tolerancia y alejando a la mala estrella.

¡Bendita inocencia!

Amanece, mientras sus lágrimas saladas van llenando el mar. Resignada y con el corazón a jirones, salta con gracia de nuevo sumergiéndose hacia las profundidades. Esperanzada en que el viento hará su trabajo, deja suspendido sobre él su canto para que lo lleve por todo el planeta y lo entregue a los oídos sellados de los hombres:

Tenéis piernas para andar por el mundo
pero en tontos os lleváis la palma,
no os dais cuenta de que es muy fecundo.
Nunca podréis conseguir la calma:
tenéis luces que iluminan la noche,
no tenéis las que iluminan el alma.




Laura y Albert

2 comentarios:

  1. Magnífica carta de intenciones, apoyada por un vivo relato.

    Felicitaciones a ambos.

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  2. Sí, ante la impotencia el derecho al pataleo. Me alegra que te guste.

    Saludos

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