jueves, 15 de mayo de 2014

El ladrón silencioso




Mi abuela era una de esas mujeres que llamamos de carácter, de nacimiento y obligada por las situaciones: era la mayor de siete hermanos y se quedó viuda en la posguerra con tres niños que criar. Eran épocas de hambre.

 En aquellos tiempos la ciudad no era como es ahora, todo bloques de pisos, sino que en las afueras, tocando con los campos de cultivo al margen del río, mucha gente humilde vivía en casitas bajas. Eran algo más grandes que las chabolas, con cocinas económicas, y sin campanas extractoras, suplidas por una ventana encima de los fogones.

                Así pues, y forzada por las circunstancias, mi abuela consiguió trabajo por las mañanas, a donde acudía dejando a los niños a cargo de la mayor de poco más de siete años y supervisado por una vecina que les daba un vistazo de cuando en cuando.

                Cuando se iba solía dejar el caldo cociéndose, y así, al regresar se encontraba con la comida casi preparada.

                Todo fue bien durante un tiempo, hasta que un día, al volver, se encontró con que le faltaba la pelota de carne del caldo, cosa que empezó a repetirse bastante a menudo.

                No sabía qué pensar: confiaba plenamente en la vecina, los niños eran demasiado pequeños y aseguraban no saber nada, y aunque por allí pasaba  gente que iba a los campos a trabajar, dudaba de que ninguno de aquellos fuera el responsable, ya que los conocía y creía que, aunque alguno fuera capaz de hacerlo, ninguno se atrevería a hacer algo así delante de los demás.

                La situación se repitió durante un tiempo hasta que, harta, pidió un día de fiesta, que le concedieron tras explicar lo que pasaba.

                Así pues, sin decir nada simuló que se iba a trabajar, y se quedó escondida a ver qué pasaba con la pelota.

                Estuvo escondida durante unas horas, observando la casa desde lejos, contemplando el panorama y mirando a un gato que daba vueltas por ahí, hasta que se puso encima del alféizar de la ventana tumbándose cómodamente.

                Cuál sería su sorpresa cuando, al cabo de un rato, vio que el gato se desperezaba, se puso a observar la olla y aprovechando los movimientos producidos por el hervor del caldo, al borboteo la pelota de carne, subía y volvía a bajar, de un rápido movimiento, con la garra, “pescó” la pelota y se puso a comer  con la mayor tranquilidad.

                En fin, como ya he dicho, mi abuela era una mujer de mucho  carácter.

                Al día siguiente los niños se llevaron una gran alegría, porque en aquellos tiempos de tanta escasez, y sin ser fiesta señalada, tuvieron cazuela de conejo de tejado en salsa para comer.


Albert Gran

6 comentarios:

  1. Preciosa historia de una admirable mujer de carácter, muy bien contada.

    Felicidades señor.

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  2. ¡Parece que al final recuperó el buen guiso! :)

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  3. Estupenda historia y bien contada, gracias por compartirla. Te invito a que nos cuentes todas esas aventuras que tienes en los bolsillos, queremos disfrutar de ellas, no seas avaricioso, jeje.

    Un beso con cariño.

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  4. Geniall, aunque yo no se si hubiera comido,

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  5. Una historia muy simpática y muy bien contada. Muchas gracias por compartirla :).

    Saludos

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  6. Me hizo recordar a mi gata que era una ladronzuela de mucho cuidado,jeje. Es una bonita historia.

    Saludos

    Alexandra

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